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Recuerde su llamado

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Recuerde su llamado

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NOTA DEL EDITOR: Este artículo apareció por primera vez en la revista Pentecostales.

Aquellos que han crecido en la fe saben que cuando se hace un llamado de salvación en el culto de niños por lo general implica que los mismos niños pasan al frente varias veces, en ocasiones cada semana si se ofrece un llamado de salvación. Incluso si ya han aceptado a Cristo meses (o años) antes, responden al llamado al altar una vez más para estar seguros de que son salvos. O es posible que no entiendan del todo lo que significa «ser salvos».

Yo me identifico con lo anterior. Las primeras diez mil veces que respondí al llamado de salvación en la iglesia de niños, fue porque tenía pánico de ir al infierno. Pero un día después de orar, me sentí diferente. Aunque solo tenía siete años, recuerdo con claridad que sentí una gran emoción al entregar mi corazón a Jesús. Tenía muchas ganas de contárselo a mis padres,— ¡de nuevo! En esa ocasión ellos también percibieron la diferencia.

Oramos juntos, escribí la fecha en mi Biblia y desde ese momento sentí el llamado del ministerio en mi vida. A pesar de que no escuché la voz potente de Dios, ni tampoco una paloma se posó en mi hombre, tuve paz respecto a lo que yo llamo un momento decisivo en mi vida cristiana.

Sin importar qué edad tenga usted, con toda seguridad también ha vivido ese momento. Permítame aclararlo: Como cristianos, estamos llamados al ministerio. Cada uno de nosotros ha sido llamado a «ir». Jesús comisionó a sus seguidores: «Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Noticia a todos» (Marcos 16:15). Todos jugamos un rol en el evangelio de ir al mundo con el amor de Jesús.

Dios nos ha creado a cada uno de nosotros con un propósito único y definido, que implica que todos tenemos la responsabilidad de compartir el evangelio. Felizmente, no estamos llamados a lograrlo de la misma manera. Algunos harán grandes cosas como ser maestros, conserjes, arquitectos, doctores, políticos, conductores de autobús o trabajadores de la carretera; la lista es interminable. Todos tenemos un propósito específico al conformar el cuerpo perfecto de Cristo Jesús. Fuimos concebidos manera única en el vientre de su madre. Cuando el Señor nos creó puso el llamado de nuestra vida en nuestro ADN.

1 Corintios 12:12-14 nos recuerda este principio y su importancia
«El cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero. Lo mismo sucede con el cuerpo de Cristo. Entre nosotros hay algunos que —son judíos y otros que son gentiles; algunos son esclavos, y otros son libres.— Pero todos fuimos bautizados en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, y todos compartimos el mismo Espíritu Así es, el cuerpo consta de muchas partes diferentes, no de una sola parte».

Juntos como cristianos, con todas nuestras pasiones y habilidades, formamos esa obra maestra. Puesto que ninguno ha sido diseñado con el mismo aspecto, pasiones, ideas o experiencias, no competimos entre nosotros. Mas bien nos complementamos para llevar a cabo la voluntad de Dios. De esta manera, sin importar a qué lo ha llamado el Señor, vaya, pero no lo haga solo.

En la vida es fácil dejar que los momentos decisivos se conviertan en recuerdos lejanos. Lo que antes emocionaba ahora intimida y agota. Aquello que antes lo apasionaba, ahora le roba la poca energía que tiene. Es probable que se encuentre en una etapa de la vida en que su fe se ve desafiada y necesita recordar qué ha sido llamado o incluso, si de verdad ha recibido el llamado. Vuelva a su momento decisivo, cuando era niño, adolescente, adulto joven o en una edad más madura. Recuerde el fervor con que servía al Señor. Recuerde el anhelo de hablar de Jesús a todos los que conocía.

Quizás sea necesario que se desprenda de algo o que reevalúe sus prioridades respecto al llamado que Dios le ha dado, para recuperar el vigor y el celo que tenía. Pida al Espíritu Santo que examine su corazón para que revele cuáles pueden ser esos asuntos o incluso esas personas. Lo que el Espíritu Santo le revele puede ser difícil de aceptar, pero vale la pena que obedezca.

Un momento decisivo en mi vida fue cuando estaba en secundaria un día en que salí de casa a reunirme con unos amigos para ir a una fiesta. Cuando abrí la puerta, sentí la voz del Espíritu Santo que me decía : «Debes elegir: ¿Quieres ser popular y no perder a tus amigos, o quieres vivir para mí?» En ese instante supe que el momento decisivo era mucho más que solo decidir si iría a la fiesta esa vez o no. Implicaba más bien una decisión respecto al rumbo que tomaría mi vida en la adolescencia y en los años siguientes. Esa disyuntiva se hizo realidad, y desde entonces he tenido que elegir muchas veces honrar a Dios y alejarme de todo aquello que pone en peligro el llamado que el Señor me ha hecho.

Recuerde, tendrá que negarse a hacer algunas cosas, incluso cosas buenas, para poder aceptar lo excelente que Dios tiene para usted. El llamado de Dios para su vida es lo mejor. Así que haga lo que sea necesario para cumplirlo. La voluntad del Señor y el plan que tiene para su vida es superior a cualquier expectativa que usted pueda concebir por su cuenta.

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