La Persona del Espíritu Santo
Uno de mis recuerdos más vívidos de mi infancia es de la clase de escuela dominical de la Sra. Addie Wright. Ella enseñaba con regularmente sobre el Espíritu Santo y tenía un don ungido para ayudar a los niños a entender a la Persona y la obra del Espíritu Santo. En su clase se sentaron las bases para mi relación con la Tercera Persona de la deidad.
Una de las verdades inspiradoras que aprendí de la Sra. Wright es que el Espíritu Santo no es un «fantasma» al que temer o una «fuerza» que debe aprovecharse para su beneficio, sino que es más bien una Persona importante de la Trinidad que debe ser adorada. Es cierto que el Espíritu Santo es poderoso, pero también es una Persona. En las Escrituras, vemos el uso de pronombres personales para describirlo, como cuando Jesús habló de las obras del Espíritu Santo en Juan 16 y se refirió a Él 12 veces como «Él».
En Juan 14:16, vemos que este «Él» tiene un nombre: «Y rogaré al Padre, y os dará otro consolador, para que esté con vosotros para siempre» (RV).
En el lenguaje de los días de Jesús, había dos palabras para «otro». Una palabra se refería a «otro» como un tipo diferente de cosa, comparando dos entidades diferentes. La segunda palabra usada para describir a otro, significaba algo de la misma clase. Cuando Jesús habló del Espíritu Santo como otro Consolador, quiso decir que enviaría algo como Él, no algo diferente.
También sabemos por las Escrituras que el Espíritu Santo tiene intelecto (1 Corintios 2:11). Él tiene sentimientos (Efesios 4:30). Él tiene voluntad (1 Corintios 2:11), y tiene voz (Hechos 13:2).
Estoy muy agradecido de haber aprendido a una edad temprana que el Espíritu Santo era mucho más que un «eso», un fantasma o una fuerza, y cómo mi relación con Él es vital para el crecimiento y vitalidad cristiana.
Otra cosa que aprendí de la clase de la Sra. Wright es que el Espíritu Santo no es simplemente una persona, sino una Persona divina. Él es plenamente Dios, del mismo modo que el Padre y el Hijo son Dios, y Él comparte todos los mismos atributos del Padre y del Hijo (omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia).
El Espíritu Santo, siendo Dios, también está activo en las cosas que Dios hace.
Él es activo en la creación: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» (Génesis 1:2).
Él es activo en la salvación: «Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo (Juan 3:5-7).
Él es activo en el juicio: «Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio» (Juan 16:8).
Él es activo en la resurrección: «Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros» (Romanos 8:11).
Él es activo en el bautismo del Espíritu: «Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días... Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les permitía» (Hechos 1:5; 2:4).
Sin la actividad del Espíritu Santo, estamos alejados de Dios. La obra redentora que Jesús llevó a cabo en la Cruz se nos aplica a nosotros a través del Espíritu Santo. Si el Espíritu Santo no habita en nosotros, no podemos ser transformados a la imagen de Jesús. Afortunadamente, Dios nos ha dado la bienvenida a Su presencia dándonos el Espíritu.
De ese modo, la lección más valiosa de la Sra. Wright sobre el Espíritu Santo fue que no es suficiente simplemente describir al Espíritu Santo: hay que vivirlo. Nunca conoceremos al Espíritu Santo por completo simplemente leyendo sobre Él, pero conforme dejamos que tenga acceso directo a nuestra vida, entenderemos lo que significa vivir una vida en el poder del Espíritu.
Como alumnos de la Sra. Wright, a menudo se nos animaba a orar en voz alta y a hablar en la lengua celestial que habíamos recibido. Pronto aprendí desde el principio que cuando el Espíritu Santo viene sobre ti, alcanza cada dimensión de tu vida.
El ex superintendente general de las Asambleas de Dios, George O. Wood , relacionó el caudal del río de agua del que Jesús habló en Juan 7:38 con el carácter de Jesús que debía fluir de los creyentes. Juan ofrece una explicación de la declaración de Jesús: «Con la expresión «agua viva», se refería al Espíritu, el cual se le daría a todo el que creyera en él. Pero el Espíritu aún no había sido dado, porque Jesús todavía no había entrado en su gloria» (Juan 7:39).
Juan dijo que la experiencia del Espíritu no comenzó hasta que Jesús fue glorificado (resucitó y ascendió al cielo). El Espíritu aún no se consideraba dado, a pesar de que los discípulos habían recibido la obra de conversión del Señor cuando sopló sobre ellos (Juan 20:22). Recibieron el Espíritu, pero no de la manera a la que Jesús se había referido en la Última Cena (Juan 14:15-17).
Jesús se refería al Día de Pentecostés, un derramamiento del Espíritu Santo sobre 120 de los discípulos que experimentaron Su plenitud en todo su ser. De su ser interior brotó un río del Espíritu, que se extendía en tres direcciones: un río de alabanza, que fluía hacia arriba hacia Dios en adoración; un río de evangelismo, que fluía hacia afuera hacia otros en evangelismo; y un río de edificación, que fluyó hacia adentro para continuar su transformación a la semejanza de Cristo y envalentonarlos en su testimonio. Cuando observas la obra del Espíritu en tu vida, Él siempre está obrando en esas direcciones: hacia arriba, hacia afuera y hacia adentro.
Hablar en lenguas es parte de este fluir del Espíritu. Cuando clamamos al Señor en un lenguaje celestial, éste se eleva en adoración, hacia afuera en testimonio y hacia adentro en desarrollo y maduración espiritual.
Addie Wright, esa preciosa maestra de la Escuela Dominical, entendió la importancia de experimentar la llenura del Espíritu Santo y esas experiencias me ayudaron a entender lo que significa estar lleno del Espíritu. Del mismo modo, te invito a acoger al Espíritu Santo en tu vida en toda su plenitud. Deja que Él sea tu Consolador que te guíe a una vida llena del Espíritu.
Este artículo aparece en la edición de 2025 de la revista Pentecostales.