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Los pactos matrimoniales saludables en comparación con los contratos

Un recordatorio especial el Día de San Valentín sobre el matrimonio.

Nota del editor: Adaptado de un mensaje especial sobre la familia de Jay Mooney, director de ministerios y recursos de las Asambleas de Dios.

A medida que las parejas inician sus celebraciones del día de San Valentín, con frecuencia se rodean de sentimientos dulces y golosinas aún más dulces. Estos actos de devoción se realizan para mostrar al cónyuge cuánto lo aprecian. Sin embargo, más allá de un acto valioso en un día especial, las parejas cristianas necesitan un avivamiento del pacto matrimonial y no solo la renovación de un contrato matrimonial.

Los contratos son temporales y están llenos de obligaciones y servidumbre, sin embargo los pactos son atemporales y comunican devoción y servicio relacional.

Servimos a un Dios maravilloso y fiel por la eternidad. Dios es un Dios que hace pactos y los mantiene. En un mundo que se ha perdido en la complacencia contractual, motivado por la conveniencia y el dinero, nuestro Dios desea pactos relacionales. Y aunque Dios nunca espera la perfección, Él desea que lo emulemos y seamos personas que hacen pactos y los mantengan.

En un pacto, Dios otorga su bendición a los seres humanos en términos condicionales y no condicionales. Nuestro Padre nos bendice cuando obedecemos los términos de nuestro pacto mutuamente vinculante con Él, pero, en toda su bondad y gracia, también nos bendice a pesar de nuestra obediencia.

Dios nos escogió incluso antes del principio de los tiempos (Efesios 1:4). Antes de la caída del hombre en el Jardín del Edén, Dios ya había establecido un pacto con nosotros y sabía que Él buscaría una relación con nosotros.

A lo largo de las Escrituras, hay varios pactos diferentes que hace Dios, cinco de los cuales se consideran «importantes» debido a su relación con el plan de Dios para nuestra redención del pecado.

Una de las primeras menciones de un pacto en la Biblia se encuentra en Génesis 6:18 en el que Dios le dice a Noé: «Mas estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca...». Unos pocos capítulos después, vemos que el Señor establece otro pacto con Abram. Génesis 15:18 dice: «En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra».

Los pactos del Antiguo Testamento son vinculantes, pero requieren rituales o sacrificios como actos de arrepentimiento. En el Nuevo Testamento vemos a Dios que revela a su Hijo como garante de esos pactos, una manera de que nosotros cumplamos nuestra parte del pacto porque no podíamos hacerlo por nuestra cuenta. Este garante ofreció una redención total por nuestro quebrantamiento, algo por lo que ningún sacrificio podía expiar a plenitud, y una salvación completa y eterna, algo que ningún sacerdote terrenal podía ofrecer (Hebreos 7:22-28).

En uno de los últimos días de Jesús en la tierra, Él establece un pacto de sangre en el que revela que su sangre cubrirá nuestros pecados y se convertirá en el único sacrificio requerido para la salvación (Mateo 26:28).

Si bien Dios nos pide que hagamos algunos pactos, uno de los más sagrados que hacemos en la tierra, fuera de nuestra relación con Dios, es el pacto del matrimonio.

Cuando tratamos el matrimonio como un contrato en vez de un pacto, estamos permitiendo que los sentimientos y las circunstancias dicten los términos de nuestra relación.

Con el amor, es cierto que hay sentimientos y emociones que agudizan nuestros sentidos y nos acercan en nuestra atracción mutua. Pero el diseño de Dios para el matrimonio fue un pacto, fuera de los sentimientos y las emociones, en el que dos personas eligen buscarse de manera mutua a diario, tal como Él nos busca a nosotros.

En la Biblia, los pactos a menudo son sellados por Dios y simbolizan su aprobación y declaración del acuerdo. Y así como Él cierra sus pactos con un sello, así también cierra el pacto del matrimonio. Mateo 19:6 nos dice que Dios nos une como uno con nuestro cónyuge bajo el juramento de matrimonio. Esto significa que no es un certificado en papel, una recitación de promesas líricas, o la declaración de un oficiante lo que legitima un matrimonio, es el sello vinculante de Dios el Padre que atestigua los votos hechos en su presencia lo que crea un pacto matrimonial. Y aunque hay obligaciones contractuales que vienen con un matrimonio, el compromiso ante Dios fue diseñado para proyectar un reflejo del pacto de Dios con nosotros, sus hijos e hijas, a un mundo que vive en el desorden de los contratos temporales.

Cuando celebres a tu cónyuge hoy, tómate un momento para volver a dedicarte a tu matrimonio, tanto ante Dios como ante tu cónyuge. Pídele a Dios que te dé poder con su Espíritu para vivir con valentía el pacto que hiciste el día de tu boda. Cada vez que mires la alianza o el anillo en tu dedo, recuerda la promesa eterna que le hiciste a tu cónyuge, que ha sido sellada por la mano de Dios y que «nadie puede separar».